Desde la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad del 2006 se viene hablando de un término nuevo denominado “inclusión”.

Sin embargo, este término es confundido en muchas ocasiones con la integración. Cuando hablamos de la inclusión de las personas con discapacidad en la sociedad mucha gente tiene el concepto mental de integración; por lo que conviene aclarar que significa cada uno de ellos.

Integración – Este proceso consiste en introducir a las personas con discapacidad dentro de la sociedad a través de instalaciones específicas; ya sean colegios especiales, hospitales especiales, transportes especiales, etcétera.

Inclusión – Este proceso consiste en introducir a las personas con discapacidad dentro de la sociedad a través de las instalaciones existentes mediante adaptaciones; ya sean rampas, letreros adaptados, uso de intérpretes, etcétera.

El proceso de integración crea los denominados guetos. Por ejemplo, tenemos un grupo de personas ciegas que forman parte de la sociedad pero que sólo se relacionan entre ellas. Por el contrario, en un proceso de inclusión estas mismas personas ciegas formarían parte de la sociedad pero se relacionarían con otros individuos sin ceguera. Cuando se aplican a políticas gubernamentales estos pequeños matices que diferencian los dos procesos crean una gran diferencia. No es lo mismo construir un colegio específico para ciegos que integrar ciegos en todos los colegios del Estado.

Los principales detractores de la inclusión suelen argumentar el costo económico de la misma. Si bien es cierto que integrar es más barato que incluir, la integración no respeta (al menos en su totalidad) los derechos de las personas con discapacidad; por lo que desde un punto de vista jurídico la integración no es suficiente. Ese vacío que deja es el que llena la inclusión.