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Imagen del Blog de sordera. Impresiones en torno a la sordera. Infografía con el título del post y la foto del mono que se tapa ojos de los tres monos sabios.

[Viene de post anterior…]

El mono que no ve (Mizaru)

Comencé a leer el primer libro, el de Pepita, mis ideas preconcebidas se reforzaron. Los problemas de esta mujer se debían a que era mayor y por supuesto, en la época en la que estudió no había ni derechos, ni adaptaciones técnicas, ni conocimientos, etc… Me presentaba la vida aparentemente típica de una persona sorda: una Infancia difícil, una adolescencia mejor y madurez normal. Estaba claro que sus primeras profesoras, que eran las monjas, no entendían lo que significaba ser sorda. La calificaban de “dura de oído” como mucha gente sigue pensando hoy en día. Habla de unas asociaciones donde van todos los sordos y ella, al final, acaba trabajando para la comunidad sorda.
Lo que me plantea una pregunta: ¿Todos los sordos lo hacen, trabajan sólo en la comunidad sorda o en relación con ella?

Mi experiencia hasta ahora decía que sí. Mis amigos sordos estudiaban para profesor de LSE, estudiaban ADECOSOR o trabajaban y pertenecían a asociaciones. ¿Eran entonces los sordos un gueto en los que los oyentes estábamos “de prestado” para ser intérpretes sin más?. Si mi mejor amigo fuese sordo, yo, por ser oyente no podría caminar por la vida junto él. Esto me hizo ver más a los sordos como un colectivo cerrado; al estilo de, por ejemplo, los judíos; con unas costumbres y una forma de vivir separada del resto de la población por voluntad propia.

Hay una de Spike Lee, que se llama “Do the Right Thing” que trata precisamente esta “discriminación inversa”. No con personas sordas, pero sí con afro-americanos. Creo que es interesante el debate que plantea (él es negro, si no la película hubiera sido tachada de racista ipso facto), ¿hay grupos que son marginados por la sociedad o al revés, la sociedad es apartada por ellos?

En este sentido, el concepto de identidad sorda tiene mucho que decir. Desde el extremismo de muchas asociaciones americanas hasta el oralismo más duro. No obstante, todas estas ideas llegaron más tarde. Yo aún vivía en la inopia, ya que mis conversaciones con gente sorda hasta el momento siempre eran muy parecidas. Los temas se repetían una y otra vez: comunicación, estudios y poco más….

Ahí empecé a comprender cómo podían sentirse, entre ellos hablaban de muchas cosas, pero yo no podía entenderlos, no tenía las palabras. Descubrí que el humor no era igual, y que mantener una conversación sin conocer bien el idioma puede ser frustrante. Con el paso del tiempo también descubrí que preguntar “sí/no” al final de una frase no es maleducado, sino que la gramática de la LSE es distinta.

Más tarde, dimos en clase el concepto de asociación, y fue el primer mito que se me cayó. Resulta que las asociaciones y federaciones están haciendo aún un trabajo enorme por normalizar la situación de los sordos. Mis amigos con intérpretes son casi la primera generación que lo tienen.

Me doy cuenta de que todas estas organizaciones están perfectamente agrupadas y coordinadas por las federaciones. Todas luchan por unos objetivos comunes, y su organización les permite ponerse de acuerdo en los planes de actuación con relativa facilidad. Todavía queda mucho por hacer, y hay muchas cosas que aunque en papel se hayan hecho, en la realidad no se cumplen.

 El mono que no oye (Kikazaru)

Cuando empecé con el siguiente libro, Sordo ¿y qué? fue como una bofetada. Me topé con la realidad: problemas familiares y laborales, marginaciones, actitud ante la vida, etc.. aunque, en mi opinión, el libro da una visión muy positiva de lo que es vivir con la sordera. Comencé a ver también que existen sordos con vida más allá de los guetos en los que creía que se movían. En parte porque ya entendía qué es una asociación y una federación y en parte porque al avanzar en el conocimiento de la lengua me podía comunicar más con mis amigos sordos. Aún así había dos cuestiones que me rondaban la cabeza:

1 – El gran número de sordos con problemas familiares. Algunos dicen en el libro “no les culpo”, a otros les da igual, pero en general la mayoría ha tenido o sigue teniendo problemas con sus padres. Pero, sin embargo, esto no es tan común con los hermanos. Mi conclusión es que esto se debe a los problemas de comunicación. Los hermanos aprenden a signar y los padres no, por lo que la relación es más estrecha donde la comunicación es más fluida.

2 .- Para la mayoría de sordos y familias (al menos del libro), alcanzar el éxito significa ser como un oyente normal. ¿Significa esto que los sordos tienen “menos” aspiraciones que los oyentes? Muchos llegan a ser funcionarios, y lo presentan como un gran logro. Es cierto que en España se considera un buen trabajo (aunque a mí me horroriza), pero me extraña que sus aspiraciones sean tan distintas alas mías o a las de mis amigos oyentes.

Estas dudas se solucionaron en cuanto dimos en clase los temas de educación y familia. Saber que sólo el 3% de los sordos llegan a la universidad me dejó petrificado. Por eso para la mayoría llegar a ser funcionario y aprobar una oposición es triunfar, porque ya solo el hecho de llegar a la universidad les supone un esfuerzo enorme.

Cuando me explican qué es el oralismo y qué es la educación bilingüe; y me enseñan vídeos de dos colegios en los que se aplican esos sistemas entiendo el libro de Pepita de otra forma. He llegado a la conclusión de que el oralismo no me gusta, me parece muy impositor, no respeta diferencias y trata de homogeneizar todo (muy al estilo de la iglesia). En su faceta más radical destierra la lengua de signos, y convierte al sordo en un mero espectador de la vida, ya que casi no puede participar en ella. Se le convierte en un “falso oyente”.

El bilingüismo, sin embargo, me parece un método más heterogéneo, siempre y cuando vaya combinado con una educación integradora. Aunque sé que hay colegios bilingües exclusivos para sordos; que tienen que trabajar durante muchos años para aprovechar los restos auditivos que tienen; y que la comunidad sorda tiene una cultura propia, prefiero la integración de los alumnos en “aulas oyentes”. Ya que de lo contrario, sería formar guetos cerrados que no favorecen a nadie (sordos u oyentes). Igual que los estudiantes árabes, chinos, o latinoamericanos se integran en las aulas, creo que los sordos, como minoría lingüística que son, también deben estar integrados.

Con respecto al tema de la familia, el libro de El grito de la Gaviota me aclaró algunas dudas. Al leer la parte de su infancia me doy cuenta de lo importante que es una buena comunicación desde el principio. Cuando su madre y ella empiezan a aprender lengua de signos su relación cambia totalmente.

Ése es el problema de la mayoría de las familias, la falta de comunicación. Curiosamente es un problema que también se da en muchas familias oyentes, aún teniendo una lengua común…

Sin embargo, en este tema los tres libros son unánimes, los hijos oyentes hablan con los padres sordos sin ningún problema. No obstante, hemos visto en clase, (y sabemos que alguna profesora nuestra lo hacía de pequeña) que algunos hijos o incluso los padres se avergüenzan de ser sordos, diciéndoles que no signasen en la calle, o quitándose los audífonos al ir a recoger a los niños.

No entiendo esta vergüenza, en el caso de una orientación sexual por ejemplo sí. Porque hay una base religiosa (aunque una familia no sea cristiana hay un entorno que influye). Pero en el caso de una discapacidad está claro que no es una cuestión de moralidad. No es inmoral ser cojo o ciego (al menos en este siglo). Personalmente, no tengo ningún problema en ponerme a signar con mis amigos sordos en el metro o autobús. Las miradas son más que nada de curiosidad y no de reproche.

Hay una escena en la película X-Men 1 en la que una madre le pregunta a su hijo:

“¿Has intentado no ser un mutante?”

Creo que refleja muy bien el sentimiento de muchas madres/padres con respecto a cualquier diferencia en los hijos. “Mutante” se puede sustituir por “sordo”, “gay”, “músico”, “asmático”, “hiperactivo”, etc… y el sentimiento será el mismo. Pocas personas desean que sus hijos tengan dificultades en la vida, pero cuando se presentan, desgraciadamente aún son muchas las familias que creen que es mejor cambiar al niño/a en lugar de aceptarlo.

Lo que me lleva a un punto que también se refleja en el libro de Emmanuelle: el debate implantes y audífonos Vs. Identidad sorda. Mucha gente cree que un implante es la solución milagrosa para la sordera, los médicos lo recomiendan, y los implantados generalmente hablan bien de él. Pero nunca me había planteado (hasta que vimos el tema de identidad sorda) que una persona quisiera ser sorda porque sí.

Un amigo mío me contó un día su experiencia, y me hizo comprender esto mucho mejor.
Él tiene restos auditivos (un 30% aprox.) y me dijo que de pequeño, naturalmente, le pusieron un audífono y que lo llevó hasta los doce años. Pero que después se cansó de la rehabilitación y que se lo quitó. Aún lo tiene, y si hace falta se lo pone, pero según él “Sufre cuando oye igual que una persona que pierde la audición sufre por no oír”. Le molestan la gran cantidad de sonidos que hay en nuestra vida diaria. Distingue un gato maullar, un perro ladrar, el timbre y ese tipo de cosas, (curiosamente son sonidos comunes para un niño de 12 años) pero seguir una conversación o una película es para él imposible. Por esto llevar un audífono significa estar continuamente recibiendo información que no necesita (o no quiere tener). Con respecto a este tema, hay un episodio muy interesante en la 5ª temporada de la serie Dr. House que se llama “House Divided“. En él, durante una biopsia un chico sordo es implantado a la fuerza.

Naturalmente la visión de la serie es pro-implante, pero dado lo visto en clase no estoy tan seguro de que sea la opción más correcta.

Con respecto a mi amigo, la verdad es que estoy tan acostumbrado a verle sin audífono que se me haría raro si lo llevara. Es como cuando alguien se pone gafas un día, le ves raro, no te acostumbras. Claro que éste no es un tema de estética, sino de una forma de vida.

Después de hablar con mi amigo vi la película “Children of a Lesser God”. Entiendo perfectamente a la protagonista, no quiere hablar (de forma oral) porque no necesita hacerlo.

Otra cosa del libro de Emmanuelle que quiero destacar es la visión que da de la situación de la población sorda en Francia: está igual o peor que en España. Creo que ambos países deberían aspirar al modelo noruego. Que la policía no tenga intérpretes propios, o que el bachillerato sea algo casi insuperable por falta de medios me parece mal, terrible. Me sorprendió que un país como Francia, que siempre ha llevado la delantera en materia de derechos sociales (jornadas de 36h/sem., jubilación a los 60, etc…), esté en este sentido tan atrasado.

[Continuará…]

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