Un tema muy recurrente cuando se habla de discapacidad es sobre la aceptación o no por parte de una persona de su situación. Sin embargo, existe un punto de vista muy interesante acerca de si una discapacidad debe o no «aceptarse».
Pensemos por un momento en la situación de la mujer en la mayoría de las sociedades actuales. Salvo raras excepciones en los países de norte de Europa, la mujer se encuentra aún discriminada en muchas áreas. Podríamos entender en cierto modo que la mujer es tratada como una persona con discapacidad, ya que a pesar de ser perfectamente capaz de realizar sus cometidos, la mayoría de la sociedad la excluye (bien por prejuicios, bien por desconocimiento). Sin embargo, las mujeres en ningún momento tienen que aceptarse como «mujeres»; no siguen un proceso de auto-aceptación, ni de interiorización de su género… simplemente son mujeres.
Algo parecido ocurre a las personas que tienen una discapacidad desde el nacimiento o a muy temprana edad. En ningún momento han tenido que reconocerse a sí mismos como “discapacitados”. Son así y punto.
En el caso de las personas que desarrollan una discapacidad después del nacimiento (accidentes, enfermedades, etc…) este planteamiento no es tan seguido, ya que existe una realidad que cambia (persona SIN discapacidad – persona CON discapacidad). En este caso la mayoría de los psicólogos coinciden en que hace falta un período de adaptación, no solo físico; si no emocional, psicológico, familiar, etc…
Sin embargo, este proceso no tiene porque darse en las personas que nacen con una discapacidad. En especial si esta no les impide desarrollar su vida de forma natural y normal (como la sordera). Esto lleva a que muchas personas no se sientan identificadas con las etiquetas de «discapacitados», «personas con capacidades especiales», «personas con necesidades especiales», etc… ya que son como son desde su nacimiento.
